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El privilegio de ser matrona

por Matronas Ubeda Última modificación 26/10/2012 18:59 LETICIA MENA. eldiariomontañes.es
Difundimos esta noticia en homenaje a nuestras compañera de Cantabria. «Yo tengo vocación de matrona. Creo que nuestro trabajo es tan duro, tan lleno de responsabilidad que no comprendo que pueda hacerse únicamente a cambio de unas monedas. Hay que sentirlo y hacerlo con vocación. Entonces las dificultades se achican, las molestias personales se desvanecen y la profesión se convierte en una hermosa misión de ayuda al prójimo». Así comienza el libro 'El parto sin dolor', que Gloria Ana del Llano, la matrona de Camargo, guarda con un cariño especial por varios motivos.
 El privilegio de ser matrona

Matronas de Cantabria

Noticia de eldiariomontañes.es

El primero es que pertenecía a su abuela, Gloria Vega, una matrona que trabajó por y para las mujeres de Camargo durante toda su vida, hasta el punto de meter en el cuerpo el gusanillo de su profesión a su hija y a su nieta, ya que las dos decidieron ser matronas. Y el segundo, además de por su interesante contenido, es que este libro está dedicado a su abuela por la propia autora, por Consuelo Ruiz Vélez, una matrona a la que la Plataforma Pro Derechos del Nacimiento ha definido como «una mujer de cuerpo pequeño pero corazón inmenso y fuerte» que «siempre enarboló la bandera en defensa de la dignidad, libertad y democracia para las mujeres».

24 horas los 365 días

Por estos dos motivos, Gloria Ana del Llano guarda con mucho cariño este librito que le recuerda que las cosas han cambiado mucho. En la actualidad, un total de 34 matronas son las responsables de las cuatro Áreas de Salud de Cantabria y por tanto del estado de las casi 200.000 mujeres de la región que tienen entre 14 y 65 años.

«Antes se era matrona las 24 horas de los 365 días del año. Era obligatorio vivir en el pueblo y siempre tenían que tenerte localizada», comenta Gloria Ana al hablar de la vida de su abuela. «Recuerdo que cuando iba al cine se sentaba siempre en la misma butaca por si tenían que avisarla de que alguna mujer se había puesto de parto. En aquellos años, la gente tenía seis o siete hijos, así que si no era en una casa era en otra, pero siempre estaban naciendo niños. Mi abuela se movía en moto para llegar a todos sitios a cualquier hora». Gloria Ana habla con devoción de su abuela y de su madre, Gloria Fernández, que ha sido la matrona de El Astillero-Guarnizo durante muchísimos años. «No sé cuándo decidí seguir sus pasos. Imagino que te va quedando un poso de todo lo que ves en casa... Lo que sí recuerdo es que un día vi que había un examen para ser matrona y me apunté».

Obligatorio ser soltera

En el año 1974, Gloria Ana estudió Enfermería en Santander y en 1976, matrona. Recuerda que «era obligatorio ser soltera porque durante la especialidad estábamos internas». En octubre de ese año se fue a trabajar al Hospital de Cruces de Bilbao y en 1978 se trasladó a Gerona. «Allí trabajé de enfermera pero en 1984 volví a Camargo porque se jubilaba Rosario Mancisidor, la matrona que estaba. Yo la sucedí y ahí sigo». Gloria Ana tiene 56 años y a sus espaldas centenares de embarazadas que han buscado en ella a una profesional, a una amiga, a alguien que les diera tranquilidad en plena revolución hormonal.

Cada año pasan por su consulta entre 300 y 400 embarazadas y hay meses, como el pasado mayo, en los que ha tenido que estar pendiente de 40 partos. «Cuando llegué a Camargo en 1984, todas las mujeres querían parir en casa y sin epidural. Ahora, todas quieren ir a la Residencia y casi todas que les pongan la epidural nada más llegar», comenta para explicar cómo han cambiado las cosas.

Mientras Gloria Ana habla, Rosa Vaqué le mira asintiendo. Rosa es santanderina y a sus 42 años tiene una visión muy completa de lo que significa ser matrona y de lo que las mujeres buscan en ellas. Estudió Enfermería en Valdecilla, donde trabajó un año para después irse a Madrid a seguir ejerciendo.

El latido del bebé

Esta vez fue a un centro de salud y recuerda que enfrente de su consulta estaba la de la matrona. «Se llamaba Teresa y cuando una mamá iba a escuchar el latido del corazón de su bebé, me llamaba. Teresa me transmitió la ilusión por esta profesión y decidí estudiar la especialidad». Para ello tuvo que hacer un examen nacional y realizar la residencia en dos años para conseguir ser Enfermera Especialista en Obstetricia y Ginecología. «He trabajado en el Hospital de Leganés, en el paritorio del Hospital de La Paz, en la Fundación Hospital Alcorcón y en un centro de salud de Madrid», recuerda con ilusión. Pero hace seis años y medio, Rosa y su familia decidieron volver a Cantabria. En este tiempo ha seguido siendo matrona de Atención Primaria, es decir, en centros de salud, y ha conocido los de Meruelo, Gama, Castro Urdiales, Colindres y Laredo. Ahora está en el de General Dávila, en Santander. «Las matronas de Atención Primaria somos mayoritariamente 'matronas de área', y la Gerencia nos puede mover en función de las necesidades cuando lo considere oportuno, así que he estado ya en muchos sitios», comenta.

La primera de Meruelo

«En el centro de salud de Meruelo fui la primera matrona que tuvieron las vecinas de Meruelo, Ajo, Noja y Arnuero. De eso hace unos seis años. Antes iban al Hospital de Laredo al seguimiento del embarazo cada mes y antes de ello eran los médicos o los practicantes del pueblo los que atendían los partos», explica Rosa, que ahora, además de ejercer su profesión en Santander, imparte clases en la Unidad Docente de Matronas de Cantabria.

Para Rosa ser matrona es un privilegio y le parece percibir un cambio lento y progresivo en cuanto a la vivencia del parto, con un papel más activo y protagonista de la mujer. Se siente cerca de sus pacientes y sus pacientes agradecen la cercanía y tranquilidad que les transmite. Es el caso de Belén Rodríguez, una mamá que ha dado a luz hace once meses y que todavía no cree haber agradecido suficiente el trato que Rosa le brindó durante su embarazo. «Tu matrona se convierte en tu amiga, en tu hermana, en alguien que te entiende incluso mejor que tu pareja porque sabe por lo que estás pasando. Cada vez que venía a revisión lo hacía nerviosa y siempre pensando que algo podía ir mal, pero Rosa siempre me tranquilizaba, me dejaba oír el latido del bebé y se emocionaba tanto como yo. Creo que las mujeres necesitamos que haya muchas matronas como ella», dice Belén emocionada.

Isabel Egués es otra matrona con gran experiencia. Trabaja en el Centro de Salud de Miera y también lleva Liérganes, La Cavada, San Roque de Riomiera, Mirones y la pedanía de Pámanes. Su vida transcurre entre su consulta y la casa de sus pacientes, porque a diferencia de Gloria Ana, en Camargo, o de Rosa, ahora en Santander, Isabel tiene que hacer visitas domiciliarias. «Muchas de mis pacientes vienen a consulta en el camión de la leche porque no tienen coche ni medio de transporte. La mayoría son mujeres que viven en pueblos pequeñitos y a varias me las he encontrado con la episiotomía (los puntos) abierta, ordeñando a los cinco días de haber parido. Así que ya saben que cuando salen de la Residencia me tienen que llamar para organizarme e ir a verlas. Pero ahora las cosas están cambiando porque la mayoría son gente joven que tienen más información».

Un parto en la consulta

Hace cerca de tres semanas, Isabel tuvo que atender un parto en el Centro de Salud de Miera. «Una mujer llegó en coche gritando y me avisaron porque creían que estaba de parto. Enseguida me puse los guantes y la miré. La llevé a mi consulta, donde tengo una camilla ginecológica, y la atendí con una sabanilla, una funda y el médico me dio unas tijeras y unas pinzas, aunque yo ya había pedido a uno que se quitara los cordones de los zapatos para atar el cordón umbilical. Al final como llegaron las pinzas, los cordones no hicieron falta. No tuve que darle ningún punto, ni interno ni externo. La mujer tuvo allí a su bebé y después se la llevaron a la Residencia».

Al contar esta historia es obligado preguntarle sobre si aquella mujer ha vuelto por allí a darle las gracias. La respuesta es no. «Y la Gerencia tampoco me ha llamado, aunque supongo que ni lo sepa». Pero a Isabel le vuelve la sonrisa al recordar a las mujeres que han vuelto por el centro de salud después de dar a luz en Santander.

El mito del agua caliente

Esta no era la primera vez que tenía que atender un parto de esta manera y comenta que eso que se ve en las películas de que siempre se necesita agua caliente, era una forma de tener a la gente entretenida. «Antes cuando la gente paría en casa siempre había muchas personas. Como la dilatación se prolongaba durante horas, se mandaba a calentar agua porque las cocinas de entonces tardaban mucho en calentar. De esa forma se entretenían y el agua sólo se utilizaba para limpiar al bebé», comenta deshaciendo la leyenda.

Isabel es de Navarra. Estudió Magisterio, después Enfermería en Santander y es matrona desde hace 35 años. Para conseguir especializarse hizo un curso de un año intensivo en el que no tuvo vacaciones. «Empecé a hacer sustituciones privadas en Madrazo pero después pasé al pabellón 8 de Valdecilla, que era el que alquiló la Seguridad Social a la Fundación Valdecilla. Allí había una sala de partos y la de dilatación era un sótano lleno de mujeres gritando. En esta época he llegado a atender 15 partos diarios... Éramos sólo tres matronas para beneficencia, privados, militares con cargo y sin él, segsuridad social...», comenta Isabel mientras recuerda que «la sala de maternidad de aquella época también 'se las traía'. No había ni 'PTs' (registros del corazón del feto y contracciones de la madre), ni nada... Como mucho, si el parto venía mal se hacía una radiografía, pero tenía que ser algo muy excepcional, como ser la mujer de un almirante o venir por privado».

En los pueblos

Además, Isabel recuerda que a finales de los años sesenta, «las matronas llegaron a los pueblos a ocupar las plazas por las que hasta la fecha los médicos o los practicantes cobraban un plus. Ese complemento se les acabó cuando llegamos. Y además, por esas fechas, en 1969 se inauguró la Residencia».

Gloria Ana, la matrona de Camargo, reconoce que «durante muchos años, dependiendo de la zona en la que se viviera, había más o menos privilegios en el seguimiento de los embarazos», y ahora, dependiendo del volumen de trabajo que tengamos, podemos aplicar más o menos el programa para el que estamos preparadas y que abarca desde la adolescencia hasta el climaterio, es decir la atención a las mujeres que llegan a la menopausia».

Tanto Gloria Ana del Llano, como Rosa Vaqué e Isabel Egués reconocen que «nosotras siempre hemos desempeñado un papel importantísimo para las mujeres que vienen a nuestras consultas. Somos conscientes de lo que representamos para ellas y lo que tenemos entre manos. Estamos orgullosas de nuestra profesión».

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